Mes: octubre 2019

sumersión

Estudio Coyne. AHPZ

Que «Il dolce far niente» de sus patos no nos engañe, el Canal Imperial de Aragón de joven tuvo su genio, aunque para quien se apoye en cualquier tramo de barandilla de sus casi 10 kilómetros de recorrido urbano sea sólo una plácida lámina de agua barrosa desplazándose entre la A2 y la Z40. Si los puentes nos dejan claro que en dos siglos y medio su anchura no ha variado, sí en cambio lo ha hecho el volumen de agua que abandona la ciudad más allá de Valdegurriana.

La prensa de épocas pasadas, que empleaba buena tinta en narrar los nombramientos, las coronaciones y los casorios de alta alcurnia, rara vez se hacía eco del cotidianidad del paisanaje, que salvo que delinquiese no aparecía en sus páginas con nombres y apellidos. La otra excepción, bastante más inconveniente, es que el susodicho paisanaje pereciese en dramáticas circunstancias. De ser así su óbito pasaba a los papeles tal y como los de Kennedy o Manolete. La muerte impresa nos iguala aunque difiera en el número de páginas y el grueso del palo de las letras titulares.

Por efecto de la corriente o debido a la ignorancia en el arte natatorio, que diría Don Pantuflo, hasta hace unas décadas eran frecuentes los ahogamientos. Diríase que las aguas dudaban poco —o nada— a la hora de apropiarse de la vida de quien de forma consciente o por descuido contactaba con ellas.

«El País» relata el accidente sufrido en mayo de 1914 por un panadero y su familia traspasando el puente de la Muela, aún situado bajo la antigua carretera de Madrid, hoy Avda Rodríguez Ayuso, en una de las curvas más bruscas que realiza el curso de agua. El caballo se espantó precipitándose la tartana con toda la familia en una poza que tragó al carruaje con una niña dentro, así como al padre cuando intentaba rescatarla.

«Una familia ahogada. Zaragoza 25.- En Puente de la Muela, lugar próximo a esta capital, el carruaje que guiaba Miguel M C, sirviente de la fábrica de pan La Zaragozana, y ocupado por su esposa Fidela A, una niña de pecho de siete meses y su hija mayor, María, de tres años, al llegar al puente espantóse el caballo, arrastrando al coche al fondo del canal Imperial, cayendo en éste las dos niñas. El padre se arrojó, con el propósito de salvarlas, pereciendo también abogado. La infeliz madre, que presenció el trágico suceso sufrió un síncope». (El País, 26 mayo 1914)

En 1925 «El Sol» cuenta el caso de un hombre, víctima de alguna incurable enfermedad, que dándolo todo por perdido optó por suicidarse arrojándose al Canal tras haber dejado su drama explicado en una nota.

«Se suicida en el canal Imperial. Zaragoza 18 (4 tarde). El guarda del Canal Imperial José García vio esta mañana que, flotando sobre las aguas, y agitando desesperadamente los brazos se hundía un hombre. En la orilla había dejado la americana, en uno de cuyos bolsillos fué encontrada una carta en la que decia que se suicidaba por los dolores que le causaba una enfermedad crónica que padecía». (El Sol 29 abril 1925)

Saliéndonos por un instante del municipio, Paz y José, dos novios de Alagón que sufrían el que su relación fuese reprobada por la familia de ella, una mañana de agosto de 1925 y en circunstancias un tanto confusas se dejaron arrastrar por las aguas, que a duras penas los devolvieron.

«Dos novios se suicidan, ahogándose en el Canal Imperial. Zaragoza 6.— Dicen de Alagón que esta mañana, a cuatro kilómetros del pueblo y por las orillas del Canal Imperial, paseaban los jóvenes Paz L. G. de diez y ocho años, y José A. de veintitrés, quienes desde hace tiempo eran novios con oposición resuelta de la familia de la muchacha. Cuando paseaban por el lugar citado, vieron venir a Ramón Pérez, tío de !a novia, y para no ser alcanzados por él, se arrojaron al agua, donde murieron ahogados. Ramón Pérez marchó al pueblo donde denunció lo que acababa de ocurrir, y montando un servicio de sondeo del canal, a las siete de la tarde fueron hallados los cadáveres de los novios, fuertemente abrazados. Momentos antes de ocurrir el suceso, la madre de Paz recibió una carta de la muchacha en la que le participaba su resolución de quitarse la vida, en vista de la oposición do la familia a sus relaciones,amorosas. El suceso ha cansado gran impresión en el pueblo, por ser ambos muchachos hijos de distinguidas familias de la localidad». (La Correspondencia Militar, 6 agosto 1925)

«La Voz» en ese mismo mes dedica unas líneas, escasas, a un «demente» de 28 años que pereció ahogado en la zona de Torrero.

«Un demente se ahoga en el Canal. Zaragoza 12 (3,45 t.).—En el Canal Imperial ha aparecido el cadáver de F.A.A. de veintiocho años, soltero, que padecía enajenación mental y que desapareció de su domicilio el día 8 del corriente. (Febus.)» (La Voz, 12 agosto 1925)

Como es lógico eran los medios locales los que antes y mejor divulgaban este tipo de desgracias, a las que en muchas ocasiones siquiera podían ponérsele apellidos, como en el caso del hombre “usuario de bigote” hallado en la primavera de 1930 flotando en uno de los trechos más hermosos y paseados del Canal.

«En el Canal Imperial / Ayer fué hallado un hombre ahogado. En el canal, flotando en sus aguas, fué ayer visto, sobre las siete de la mañana, el cadáver de un hombre. Flotaba en el trayecto comprendido entre el paseo de Ruiseñores y el puente de América. / Actuaciones judiciales /Los guardias de seguridad de servicio en aquellas inmediaciones avisaron inmediatamente a la comisaría de Vigilancia, siendo también avisado el Juzgado de guardia. Se procedió por el juzgado al levantamiento del cadáver que de momento no pudo ser identificado por carecer de toda clase de documentos. Por la Hermandad de la Sangre de Cristo fué conducido al Depósito Municipal./ La Víctima / Representaba el muerto unos 45 años de edad, era algo calvo y usaba bigote. Vestía camisa blanca de rayas azules, pantalón negro y calzaba alpargatas blancas. No llevaba chaqueta ni chaleco». («La Voz de Aragon» mayo 1930)

Y es que ese bello tramo, muy a su pesar, contaba con unos índices de siniestralidad que ríete tú del Bronx en las pelis de Charles Bronson.

«En el Canal / Hallazgo de un cadáver / Del Canal Imperial, entre el Puente de América y la pasarela al barrio de Venecia, fué ayer encontrado el cadáver de José L. L. de 23 años, soltero, albañil de oficio con domicilio en Doncellas 3. El infortunado albañil se arrojó al Canal el pasado lunes, pereciendo ahogado. El Juzgado de guardia procedió al levantamiento del cadáver, que fué trasladado al Depósito judicial». («La Voz de Aragón» 21/12/1930)

También en 1930 fue cuando aconteció aquél espantoso suceso relatado por muchos medios; el del comerciante de zapatos que paseando de madrugada en coche acompañado por una de sus empleadas (a mí no me pregunten) a la altura de Casablanca y teniendo metida la marcha atrás aceleró en exceso y cayó con coche y todo en la zona más profunda del molino, ahogándose él y salvándose la chica, historia que un servidor contó en su día en páginas muy parecidas a esta.

«Zaragoza /Amplío detalles del suceso ocurrido esta madrugada / El automóvil lo conducía el fabricante de calzado llamado Mariano Casanova, que daba un paseo nocturno en compañía de la joven Julia Ibáñez, soltera, natural del pueblo de Ocera (sic). Al llegar al puente sobre el canal, situado en Casablanca, decidieron regresar a Zaragoza. Casanova realizó una maniobra para variar la dirección del coche, pero éste retrocedió rápidamente y se precipitó en el canal. Dentro del agua Casanova logró abrir una de las ventanillas del coche y salió fuera. La Joven entonces se agarró fuertemente a una pierna de Casanova y ambos fueron arrastrados por la corriente. Casanova hizo un movimiento brusco, se desprendió de la muchacha y pereció abogado. Julia, tras desesperados esfuerzos, logró ganar la orilla y se agarró a los matorrales. El empleado de Abastos José Castrillo, que prestaba servicio en el barrio de Casablanca, ayudado por otros vecinos, logró salvar a la joven. Esta ha manifestado que Casanova debió sufrir un sincope, por lo cual ha perecido ahogado. Casanova tenia treinta y siete años, y su familia veranea actualmente en Zarautz». («El liberal» agosto de 1930)

De un año más tarde es la triste historia, de julio de 1931, en la que un niño de 9 años que fue a pescar el sábado ya no regresó.

«En el Canal Imperial de Aragón / Cerca del embarcadero fué hallado el cadáver de un muchacho de pocos años / Junto al embarcadero del Canal, a pareció muerto Antonio B. D. de 9 años, con domicilio en Esperanza 25 (Torrero). Fue hallado su cadáver por Victor Roumier Moros, da 24 años, estudiante, que denunció e1 hecho en la Comisaría de Vigilancia. Fué avisado el Juzgado de guardia que procedió al levantamiento del cadáver, que fué trasladado por la Hermandad de la Sangre de Cristo al Depósito Judicial. / Otros detalles / El niño desapareció el sábado. Salió el sábado de su morada el infortunado Antonio Bernabéu, manifestando a sus familiares, según informaron algunos vecinos, que iba a pescar. Llevaba una caña y debió dirigirse a la orilla del Canal, donde indudablemente resbaló, cayendo al agua y pereciendo ahogado. La fatal desgracia causó honda impresión en sus familiares y convecinos». («La Voz de Aragon» julio 1931)

El mismo periódico en el invierno de 1932 cuenta el caso, en apariencia de suicidio, de un «obrero», afiliado a la CNT, cuyo cadáver fue hallado flotando en el embarcadero.

«En el Canal Imperial / Un obrero se arrojó al agua y ha perecido ahogado. Ayer tarde apareció ahogado en el Canal Imperial, cerca del desembarcadero, un hombre, cuyo cadáver fué extraído del agua por unos barqueros. Al proceder el Juzgado de guardia, constituido por el juez, señor Espuny, y actuario el Señor (ilegible) a la identificación del cadáver, encontraron en sus ropas un carnet de la Confederación Nacional del Trabajo y una cédula personal expedidos a nombre de Angel L. F. de 38 años. El carnet indicaba como domicilio Begoña 39 (Delicias) y en la cédula aparecía que moraba en Paz 6. Fué trasladado el cadáver al depósito judicial. Se supone que el infortunado Angel L. desaparecido del domicilio conyugal, por disenciones familiares, hace pocos días atentó contra su vida arrojándose al Canal, donde pereció ahogado». («La Voz de Aragón» 1932)

No tuvo consecuencias fatales el «asunto de amoríos» que en otro agosto, éste de 1933, llevó a Ángeles, que servía en alguna buena casa del camino de Lapuyade, a lanzarse al agua desde el puente de América, siendo en este caso la joven lo suficientemente afortunada como para que un trabajador del propio Canal la rescatase.

«Intento de suicidio / Una muchacha se arroja al Canal Imperial / Atentó ayer contra su vida Ángeles T N, de 16 años, sirviente en el camino de Lapuyade 68. Desde el puente de América se arrojó al Canal Imperial de Aragón siendo inmediatamente extraída por un obrero municipal. En una ambulancia sanitaria fué conducida al Hospital Provincial, donde recibió asistencia facultativa. Según manifestó había cuestionado con su hermano por asunto de amoríos. Sólo recibió la muchacha el susto y el remojón consiguientes» («La Voz de Aragón» junio 1933)

La mecánica de fluidos, que por ser mecánica está exenta de crueldad, hacía de las esclusas de Casablanca el punto donde quedaba atrapado cualquier cuerpo humano o animal que cayese al cauce aguas arriba. La crónica no especifica en este caso si el vecino de Alagón, al que de forma curiosa sus familiares se dieron prisa en dar por “suicidado”, vino a morir a Zaragoza o si se arrojó a las aguas en su pueblo, con lo que su trayecto hubiese resultado espeluznante.

«En el Canal Imperial de Aragón / Aparece en las compuertas de Casablanca el cadáver de un hombre / Ayer, en las primeras horas de la mañana un guarda del Canal halló flotando en sus aguas junto a las compuertas el cadáver de un hombre. Al lugar del hallazgo de trasladaron los guardias de seguridad Cayo Ropero y Juan Bermejo, que custodiaron el cadáver. Compareció también el Juzgado de guardia, que no puedo identificar el cadáver del ahogado por carecer de documentos y no ser conocido por ninguno de los que intervinieron en su extracción. Fué conducido por la Hermandad de la Sangre de Cristo al Depósito Judicial. / Es identificada la víctima / Por el Juzgado de Guardia se logró ayer identificar al ahogado aparecido en el Canal. Era la víctima Miguel G M, de 44 años, vecino de Alagón. Había desaparecido de su casa el sábado último, suponiendo sus familiares que se había suicidado. Encontró su cadáver Enrique García, guarda del Canal». («La Voz de Aragón» 1931)

Ya no existen las enormes compuertas y el lugar ha sido ornado con jardines. Quienes visitamos el ingenio y su paraje no notamos ningún especial estremecimiento, ignorando las muchas veces que fue marco de tragedias relatadas en los papeles. En ésta, de 1934, es chocante que el ahogado conservase la boina puesta. Si se ha de morir que sea con honor.

«Un ahogado / El cadáver de un hombre en las compuertas de Casablanca / Ayer mañana, próximamente a las diez, en las compuertas del Canal Imperial, en Casablanca, apareció el cadáver de un hombre. El descubrimiento fué hecho por los guardas de la compuerta, los que se apresuraron a dar la noticia a Comisaría. Personados en el lugar del hecho comprobaron la existencia del cuerpo de un hombre muerto. La víctima representaba unos cuarenta años, regular de estatura, de fuerte complexión y cabello negro. Viste traje oscuro, rayado, camisa azul, boina y alpargatas negras. Se supone que el cadáver lleva varios días en el agua. El Juzgado se personó en Casablanca, ordenando el levantamiento del cadáver y su traslado al depósito». («La Voz de Aragón» junio 1934)

Subiendo y bajando por las orillas y por el tiempo podría añadir muchos otros episodios, a cual más patético e indigerible. Todos malos encuentros entre los zaragozanos y las aguas de las que bebía y con las que se aseaba y regaba. Y aún riega. Una paradoja. Uno de los últimos ahogamientos fue en 1992, cuando un niño cayó desde la plataforma del puente, entonces sin barandado (y hoy creo que sin nombre), que cruzaba frente al que fue poblado de la Quinta Julieta, siendo necesario desaguar el cauce para hallar el cuerpo.

«Muere ahogado un niño en el Canal Imperial de Zaragoza tras caer desde un puente. Zaragoza Efe. El niño FPZ de catorce años se ahogó el sábado por la noche en el Canal Imperial de Aragón al caer de un puentecillo frente a la Almenara de San Antonio de Padua, en la zona conocida como Quinta Julieta, en Zaragoza, indicaron fuentes policiales. El muchacho, que no sabia nadar, se encontraba sobre un puente sin barandillas a unos dos metros de distancia de la superficie del agua cuando cayó por causas aún desconocidas y comenzó a gritar y chapotear. El propietario de un huerto cercano, José María Orna, al oír los gritos de auxilio salió corriendo y se lanzó al agua, pero sólo puedo salvar a uno de los amigos, que se había tirado para intentar rescatar a FP. Los buceadores del Cuerpo de Bomberos rastrearon el Canal, pero ante la dificultad de encontrar al niño debido a la capa de loco acumulada en el fondo, se procedió al vaciado del cauce abriendo las puertas de la almenara. Cuando el nivel de las aguas bajó unos dos metros se volvió a rastrear y sobre la medianoche apareció el cuerpo del muchacho en el centro del cauce, que mide unos cinco metros de profundidad y unos diez de ancho» (ABC. Lunes 18 de mayo de 1992)

Me he saltado un caso, muy particular por implicar a una de las sagas que más solemos citar en nuestro contexto fotográfico.

Adelantaré para aclaranos que Anselmo Coyne, fotógrafo de SSMM, fue el padre de Ignacio Coyne Lapetra, pionero de la exhibición cinematográfica en nuestra ciudad y creador del «cine parlante» de la calle San Miguel.

Ignacio tuvo a su vez tres hijos varones. Uno de ellos fue Manuel Coyne Buil, que es de quien más trabajos conocemos. Otro, menor, Fernando, con la guerra prefirió emigrar y establecerse en Narbona.

El que falta de los tres, el primogénito, había sido bautizado con el mismo nombre que su padre.

Un martes de agosto de 1924 —seguro que fue una mañana en extremo luminosa— el chaval en compañía de dos amigos fotógrafos se hallaba en las famosas esclusas de Casablanca, fotogénicas donde las haya y donde el agua alborotada se dejaría retratar con voluptuosidad femenina.

No se sabe cómo pero la corriente los arrastró, ahogándose Ignacio Coyne Buil y uno de sus amigos, ambos de 15 años de edad.

«A primeras horas de esta madrugada se dirigían a pescar por las orillas del canal Imperial los jóvenes Vicente A. de 15 años; Ignacio Coyne Buil, de 15 y Manuel G. de 16, los tres fotógrafos, y al llegar a Casablanca cayeron en las esclusas del canal. Perecieron ahogados los dos primeros. G. pudo salvarse agarrándose a una pértiga que un barrillero le tiró. El suceso ha producido penosa impresión». (ABC 13 agosto 1924)

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Fotografías:

Estudio Coyne. Archivo Histórico Provincial de Zaragoza.

Recortes prensa: Biblioteca Virtual Prensa Histórica.

Zaragoza moving doors

AHPZ_MF_MORA_003908Las fotos las hacen los fotógrafos, y los fotógrafos, salvo que se apelliden Takuboku Mishima, no hacen clic de forma compulsiva sino que disparan sólo en muy determinados momentos. Para entender una fotografía y al que la hizo es necesario entender ese momento.

Juan Mora Insa tomó esta fotografía en torno a 1933, estando las suyas entre las últimas capturas del palacio de los marqueses de Torrecilla, o de Salabert o de Sora, antes de ser echado abajo.

El fotógrafo sabía que a este palacio le quedaban breves. Lo retrató por eso. El plan de comunicar el Coso con la ribera, que venía ya del siglo anterior, se concretó en los años 30. El edificio en cuestión estaba en el tramo de Sto Dominguito que quedaría seccionado por San Vicente de Paúl. Lo de San Vicente partiendo en dos a Santo Dominguito suena a película de serie B, pero así de psicópata es el urbanismo.

El caserón fue demolido en1936. Sin embargo, a diferencia de otras decenas de derribos, en esta ocasión alguien sensible indultó a la portada barroca salvándola de morir rota en la escombrera.

Una década aproximada más tarde Coyne (*) tuvo también una razón concreta para llegarse retratar desde distintos ángulos el edificio de la llamada Tienda Económica.

Tenía ante sí un paisaje renovado y unas perspectivas inimaginables años atrás. Para los señores que desde julio de 1936 gobernaban Zaragoza la religión era una prioridad. Urbanisticamente obraron en consecuencia. De entre las docenas de actuaciones con las que podían mejorar a la vieja urbe optaron por la más pía, que no por pía era menos destructiva; se basaba en echar abajo todo lo existente entre la ya enronada plaza de Huesca (hoy desaparecida) y la de la Seo, y su fin era dar a luz a la que en un primer momento quiso denominarse Avenida de Nuestra Señora del Pilar. Un escenario urbano hecho a la medida de la fe católica erigido en un estilo titubeante entre el historicismo y un monumentaloide fascismo.

En el ángulo SO del rectángulo resultante la fidelidad de las Hermanas de la Caridad fue recompensada con una moderna residencia, destinada además a alojar la citada «Tienda económica». El edificio sería proyectado por los hermanos Borobio en 1941, justo enfrente a su proyecto análogo de la Hospedería del Pilar, que en 1939 a quien premió fue a la Sociedad Angélica del Sagrado Corazón. Ochenta años después ahí siguen ambas.

Y como Enrique Iglesias, por si lo anterior no fuese suficiente experiencia religiosa estaba en marcha para ese mismo entorno el llamado «Altar de la Patria», dedicado a los caídos del bando nacional. Una idea temprana, de 1936, en base a un pésimo cálculo pecuniario. Estando el país arruinado los dineros no llegaron para emular a Ramsés II, siquiera a Ramsésl I, y hasta la década siguiente no quedó concluido el monumento funerario que a modo de puente unía los dos edificios conventuales. Durante toda mi infancia supuse que las monjas pasarían de una a otra residencia sin necesidad de bajar a la calle. Adelanto que mi suposición carecía de maldad.

Debió pues de ser recién estrenada la sede de la Caridad cuando Coyne, o alguien de su estudio, no sé si por su iniciativa o si por encargo, apretó el obturador.

Contaba dicha residencia con un acceso en la fachada recayente a la calle de Salduba, en el nº 8. Tal acceso se adorrnó con la puerta desmontada del finiquitado palacio de Sto Dominguito.

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Lo cierto es que entre el derribo y el reestreno habían transcurrido casi media docena de años. Chungo asunto para unas piedras amontonadas vete tú a saber dónde. La portada, que había llegado muy íntegra al siglo XX, como demuestra la imagen de Mora, en el desmontaje, en el trayecto y en el remontaje sufrió algunas pérdidas.

Yendo y viniendo el ángel músico de la cima no sólo extravió la trompeta sino también el brazo. Aquí es necesario hacer notar que hasta poco antes del derribo, justo sobre ese ángel lucía el pesado letrero de la firma «Muebles Nadal», que fue colocado con tal mimo que jamás molestó ni hirió a la escultura.

Mientras, el putti del lado izquierdo se había quedado sin alas y la mitad menos pudorosa de su cuerpo, perdiendo a su vez el relieve de la heráldica que sostenía, que debía de ser la de Salabert, mientras que el angelito de la derecha, aunque conservó el emblema de Aguerri, extravió un brazo y una pierna. Padeció también la belleza de las sirenas situadas a ambos lados a modo de cariátides. En especial sufrió la turgencia de sus senos. No digo más.

Respecto al portón, o se trata del mismo o se elaboró uno moderno que reproducía el claveteado del antiguo. No son las mismas proporciones las de los postigos y el ras del suelo debió de obligar a alargar el alto de las hojas, un asunto que poco importa puesto que el de madera de madera se marchó en algún momento de arrebatadora modernidad, siendo sustituido por una verja acristalada de escasa fortuna.

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Nótese el sutil cambio de posturas entre 1934 y 1936.

«La casa de los Sora… …tiene la sentencia de muerte, yá pronunciada con singular desacierto hace más de un cuarto de siglo; igual hubiese sido que la vía se comenzara unos metros más hacia la izquierda, y podía seguir en pie, juntamente con el derruido convento de la Enseñanza… …no se pensó así, y aunque nuestro lamento sea tardío, no podemos por menos de lanzarlo al viento, para que en lo sucesivo sirva de escarmiento»

(Articulo de los hermanos Albareda para la revista Aragón, SIPA, septiembre de 1934).

«Veíamos con pena cómo cegados por un modernismo inconsciente, la ciudad se alejaba de su centro el Pilar y el Ebro, y es natural que ahora veamos con inmensa alegría cómo vuelven las aguas a su cauce y la reforma de la Avenida de Nuestra Señora del Pilar vuelve a ser eje de todas las aspiraciones zaragozanas».

(Artículo de Eduardo Cativiela, presidente del SIPA. Revista Aragón, diciembre de 1936).

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Fotografías de Juan Mora Insa y del Estudio Coyne (*). Archivo Histórico Provincial de Zaragoza.